De acuerdo al budismo, la muerte –al igual que la enfermedad o la vejez— es uno de los sufrimientos fundamentales que debe enfrentar todo ser humano. Por ello, el budismo expone la importancia de enfrentar la muerte como un hecho de la vida.
Este pensamiento budista exhorta al ser humano a adoptar una perspectiva positiva de la vida, en base a una comprensión correcta de la naturaleza de la muerte. En base a la visión de la eternidad de la vida y la comprensión de la muerte como un hecho de la vida, el ser humano puede liberarse del temor a morir, vivir con fortaleza, propósito y alegría, y evitar caer en una postura evasiva y superficial hacia la vida.
De acuerdo al budismo, el universo es una vasta entidad de vida, en cuyo fuero se repite incesantemente el ciclo de la vida y la muerte. El ser humano experimenta estos ciclos en cada instante de su existencia: el cuerpo está compuesto de más de sesenta billones de células de las cuales varios millones mueren y se renuevan diariamente respondiendo a su función metabólica. En la muerte, la vida del ser humano retorna al gran océano de la vida, como una ola acrecienta su altura y luego se disipa en el mar. Al morir, los elementos físicos que componen el cuerpo humano, así como la energía vital esencial que sostienen nuestra existencia son “reciclados” en el cosmos. La muerte es como un período de receso o descanso, como las horas de sueño que nos recomponen tras una agotadora jornada.
El budismo expone la visión de la eternidad de la vida, en base al pensamiento de que los ciclos de vida y muerte continúan interminablemente. Shakyamuni afirmó: “No existen el flujo ni el reflujo del nacimiento y la muerte; no hay existencia en este mundo y, luego, ingreso en la extinción”. (Sutra del loto, cap. 16, pág. 226.) Asimismo, Nichiren escribió: “Concebir la vida y la muerte como realidades separadas es dejarse atrapar por la ilusión del nacimiento y la muerte. Es una forma de pensar distorsionada y errónea. Cuando examinamos la naturaleza de la vida como un estado de perfecta iluminación [es decir, con la verdadera iluminación del que ha despertado del sueño de las ilusiones], vemos que no hay inicio que señale el nacimiento y que, por lo tanto, tampoco hay un final que marque la muerte”. (Gosho zenshu, pág. 563.)
El filósofo indio Vasubandhu (circa siglo IV o V) formuló la “doctrina de las nueve conciencias” o niveles de discernimiento, que es fundamental para comprender la eternidad de las funciones vitales. Las primeras cinco conciencias corresponden a los sentidos de la percepción, correspondientes a los órganos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. La sexta conciencia incluye la capacidad de juicio racional y de interpretar la información recaudada por los sentidos; se trata de un nivel de discernimiento que integra la percepción de los cinco sentidos en imágenes coherentes y formula juicios sobre el mundo exterior. La séptima conciencia corresponde, en términos de psicología, al subconsciente, es decir, al mundo espiritual interior, que genera la conciencia del yo y la capacidad de distinguir el bien del mal.
La octava conciencia, llamada conciencia alaya, guarda el potencial positivo y negativo que acarrean nuestros pensamientos, palabras y acciones; dicho potencial, basado en la tendencia de la vida, se denomina karma. La octava conciencia es también llamada la “conciencia de almacenamiento o de acumulación”, porque guarda los resultados de las buenas y malas acciones y los almacena como potenciales kármicos; en su momento, dichos potenciales se traducen en efectos de felicidad o sufrimiento, según la naturaleza de las semillas kármicas allí depositadas. Sin embargo, el budismo no considera que el karma sea incambiable. El torrente de la energía kármica de la conciencia alaya se interrelaciona con los otros niveles de discernimiento, y de la misma manera con todas las entidades vivientes en su entorno. En este nivel de consciencia se despliegan los infinitos ciclos de nacimiento y muerte. Cuando acontece la muerte, el influjo de las cuentas del balance de nuestras acciones –creativas y destructivas, positivas y negativas, egoístas y altruistas— que determinan la concienciaalaya, definen las circunstancias en que nuestra vida se manifestará nuevamente.
La novena conciencia, llamada conciencia amala, es la base de todas las funciones vitales del cosmos y sostiene hasta la función de la conciencia alaya; la novena conciencia se mantiene libre de toda impureza kármica y se la identifica con el verdadero aspecto de la vida, o la naturaleza de Buda. Nichiren la asocia con el Nam-myoho-renge-kyo. Asimismo, la novena conciencia se refiere a la sabiduría, que nos permite transformar hasta el karma más negativo.
Fuente: www.sgi.org