URGENCIAS FUNERARIAS 24HS : 379 4579414

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La Muerte Según: El Judaísmo

Una de las tantas paradojas de la historia judía es que en tanto que el pueblo judío ha conocido la muerte antinatural y prematura como una compañera constante probablemente más que cualquier otra nación, cultural y espiritualmente.

En el Éxodo de Egipto, los judíos abandonaron una colosal civilización obsesionada con la muerte y que dedicó mucha energía espiritual y recursos materiales a los preparativos para el más allá. Este culto a la muerte fue uno de los males de los que Moshé extrajo a los Hijos de Israel, orientándolos hacia la vida. «Vida» es sinónimo de todo lo que es enaltecido en la Creación. Uno de los Nombres de Dios es «Dios de la vida». La Torá es descripta como «Torá de la vida». La Torá misma habla de «vida y bondad» como una y la misma cosa. Las «Aguas Vivientes» son vistas como una fuente de pureza. La muerte es la negación de la realidad Divina en todas sus manifestaciones.

La creencia judía de que «este mundo es la antecámara del próximo» bien puede haber inspirado la especulación gentil masiva acerca del cielo, el infierno y el purgatorio, pero, en contraste, la tradición y literatura judía se aboca sólo a una escasa exploración del paraíso. El judaísmo no hace intento alguno por olvidar la muerte o sofocarla con júbilo falso. «Los muertos no alaban al Señor, ni tampoco lo hacen quienes descienden al silencio de la tumba. Pero nosotros bendeciremos al Señor desde ahora y por siempre jamás ¡Aleluy-a!», proclama el Salmista.

La reluctancia natural para aceptar la muerte se expresa en la convicción de que los verdaderamente justos realmente no mueren sino que «parten» o «suben» a un plano diferente. Así, Maimónides escribe de Moshé: «Con él ocurrió lo que en otra gente se llama muerte». Se dice que «los justos viven incluso en la muerte, mientras que los malvados ya están muertos mientras viven». Aquí tenemos nuevamente el paralelismo de que bondad es vida y vida es bondad, en tanto que maldad es muerte, y muerte es maldad.

El enfoque judío respecto de la muerte es que se trata de un problema que debe ser resuelto por y para los vivientes. La muerte, la preparación para la muerte, y el luto, están todos hilvanados en la fibra de la vida cotidiana. La esencia del luto no es pesar por los difuntos, sino más bien compasión hacia los sobrevivientes parientes en su soledad.
«No solloces por el hombre muerto que ha hallado descanso», decía una antigua elegía, «sino llora por nosotros que hemos encontrado lágrimas». La ley judía prescribe que todas las elegías hechas en funerales son a la vida y a los miembros sobrevivientes de la familia.

La congoja se define dentro de, como si fuera, murmullos concéntricos de intensidad decreciente. El murmullo en el primer día de sucedida la muerte es el más fuerte y crítico. También poderoso, pero algo menos, es en la primera semana de duelo. Los períodos sucesivos son los primeros treinta días y los primeros doce meses, convirtiéndose, con el paso del tiempo, en cada vez menos dolorosos.
En todo momento se toman precauciones contra las impropias explosiones de violenta ansiedad. Hay una expresa advertencia contra la automutilación como símbolo de simpatía por el muerto, y quién habla ya del suicidio a fin de acompañar al difunto.

La confrontación personal con la muerte, quizás la prueba más dura para un individuo y para una cultura, es por supuesto frecuentemente encontrada en la erudición judía. Las muchas variantes de este tema presentan un aspecto en común — el encuentro con la muerte es observado como un momento trascendental de la vida, con el que hay que encontrarse siendo meritorio. A diferencia de muchas otras culturas, el judaísmo no acepta que algún tipo particular de muerte sea gloriosa per se — con una única excepción, a la que hemos de regresar.

Incluso en los tiempos bíblicos, la muerte de un héroe no era observada como un logro glorioso; el ideal era que el hombre «duerma con sus padres» y que transmita la riqueza de su vida y fortaleza a aquellos que vienen tras él.
Una obra especial, llamada «el Libro de la Partida», que describe las muertes de los padres de la nación, destaca constantemente la necesidad de mantener una postura serena y confiada frente al enemigo, la muerte. Se nos convoca a estar de pie frente al Ángel de la Muerte y dispuestos con toda tranquilidad a devolver «el nexo de la vida al Señor tu Dios».
No obstante, hay un tipo excepcional de muerte que los judíos consideran gloriosa, y que llamamos «santificación del Nombre de Dios». El martirio soportado en aras de la santificación del Nombre de Dios es un acto público realizado en medio de la santa comunidad, pues el sacrificio imparte un sentido adicional de santidad a los vivos. Cuando es martirizado de esta manera, el judío abraza la muerte en aras de los supervivientes, para que su dedicación al modo de vida judío pueda fortalecerse.

En este contexto, podemos comprender el carácter extraordinario del Kadish.Inicialmente, esta antigua plegaria no estaba vinculada a la muerte o al difunto, y era parte ordinaria de la liturgia. Sólo en un período relativamente posterior, a comienzos de la Edad Media, cuando la progresiva persecución trajo el martirio frecuente, el Kadish se convirtió en una plegaria de muerte. Sin embargo, en él está ausente siquiera la más sutil insinuación de reproche a Dios, quien es loado a lo largo de toda la plegaria, glorificado y santificado.

La actitud básica del judaísmo hacia la muerte, introducida con la expulsión de Adam del Jardín del Edén, es que no se trata de un fenómeno natural inevitable. La muerte es la vida enferma, deformada, pervertida, desviada del flujo de santidad que se identifica con la vida. De modo que lado a lado con una sumisión estoica a la muerte, hay una terca batalla contra ella en el nivel físico y cósmico. La muerte, cuyo representante es Satán, es considerada el peor defecto del mundo. El remedio es la fe en la resurrección.

En última instancia, «muerte y maldad» –y una es equivalente a la otra– son rechazadas como efímeras. Ellas no son parte de la genuina esencia del mundo y, como el desaparecido Rabí Kook enfatizó en sus escritos, el hombre no debería aceptar la premisa de que la muerte saldrá siempre victoriosa.
En la lucha de la vida contra la muerte, de ser contra no ser, el judaísmo manifiesta su no-creencia en la persistencia de la muerte, y sostiene que es un obstáculo temporario que puede y ha de ser superado. Nuestros Sabios, profetizando un mundo en el que no habrá más muerte, escriben:
«Nos estamos acercando cada vez más a un mundo en el que hemos de vencer a la muerte, en el que estaremos por encima y mucho más allá de la muerte».

Fuente: www.tora.org.ar